El acto de borrar


El acto de borrar revela elementos del yo, de la autoestima y de la relación con el mundo. Este acto implica muchas instancias psíquicas y de comportamiento hacia nosotros mismos y hacia nuestra  relación con la mirada del otro.

Hace dos años, cuando observe a una niña que dibujaba, borrar minuciosamente algunos de sus 
trazos, me pregunté porque razón buscamos ocultar nuestra espontaneidad. Desde ese momento 
hasta ahora he prestado mayor atención al tan común acto de borrar.
Si bien borrar no solo nos sirve para tapar nuestros errores, en muchos casos, es también una forma de omitir nuestra expresión. Cuando miramos a un niño de 4 años dibujar, notamos que a esa edad no está preocupado por juzgar sus trazos, y nos sorprende la libertad con que se expresa: la goma para él no existe. En cambio, cuando cumple 6 años y aprende a escribir, la visión que tiene de su expresión cambia, porque quizás el aprendizaje en la escuela le obliga a reparar constantemente sus trazos, y esta herramienta comienza a volverse muy necesaria.

El trabajo desarrollado con niños en los últimos años, me ha permitido observar que los pequeños 
están sujetos a una mayor presión expresiva desde el momento en que la escritura forma parte de 
sus vidas.  Con esto no me refi ero a que la escritura por sí misma sea una carga para ellos, sino 
por el proceso que se emplea para instruirlos en ella. Es muy común el recurso de repetir una y 
otra vez  la misma letra, buscando la perfección y el control de su trazo y la rectifi cación permanente por su falta de experiencia, pero estos hábitos son muy poco atractivos para su desarrollo. 
Del mismo modo ocurre con la práctica del dibujo, cuando se aniquila la imaginación y se 
pretende  enseñar a partir de métodos que solo buscan representar imágenes como si fuesen 
copias exactas de la realidad. Este tipo de procesos de aprendizaje fomentan el miedo a cometer 
fallos, contribuyen a privilegiar la perfección sobre la expresividad, mermando las capacidades 
creativas e incitando a la autocensura.

La búsqueda de perfección en nada contribuye a nuestro desarrollo, por el contrario tal exigencia 
se convierte en una mirada exterior que juzga nuestra forma de expresión. La necesidad de ser 
perfectos para ganar la aprobación de los demás, inducen el miedo a manifestarnos y además 
incrementa el temor por explorar nuestras capacidades creativas, lo que en defi nitiva se traduce 
en miedo a ver y sentir el mundo con nuestros propios ojos. 

Esto me lleva a preguntarme por qué nos cuesta tanto trabajo incorporar el acto espontáneo en 
nuestras vidas, por qué no le damos el valor que merece. Por qué insistimos continuamente en 
borrar todo aquello que nos revela imperfección, como si las cosas no fuesen imperfectas. No 
será que mientras más insistimos en tapar nuestras huellas, más las hacemos existir. 
Cuando les pregunto a los niños y jóvenes con los que trabajo porque borran, su respuesta más 
frecuente es, que la imagen no se parece a la realidad o, en algunos casos, juicios de valor tales 
como: esta mal, se ve feo, o simplemente no me gusta. Estas respuestas son comunes a todos nosotros, no solo cuando dibujamos, también las empleamos en cualquier ámbito de nuestras vidas como una forma de reconocimiento sobre todo aquello que nos gusta o nos desagrada, pero qué tanto esas respuestas son realmente nuestras.

Hace un año, llevé a cabo un experimento con niños y jóvenes en mi taller de Arte terapia. La 
propuesta era que intentaran incluir en sus dibujos, todas sus líneas y trazos en vez de borrarlos. 
Lo primero que acordamos fue excluir las gomas y todos estuvieron de acuerdo. Sin embargo, 
conforme fueron realizando sus trabajos fue evidente observar el malestar común, particularmente cuando una línea salía de su control porque echaban en falta un borrador que les ayudara a 
ocultar sus imperfecciones. Además les costaba trabajo incorporar estas líneas como parte de su 
imagen, porque en la mayoría de los casos la incertidumbre de lo que podía quedar les asustaba 
y de igual forma el hecho de saber que tenían la libertad de romper sus esquemas rutinarios. Sin 
embargo, desde lo particular cada uno de los participantes mostró una actitud determinada para 
elaborar los problemas a los que se enfrentaba y cada quien consiguió expresarlos y resolverlos a 
su manera, esto fue de gran ayuda para mi, porque me reveló aspectos claves de su personalidad, 
con los que hemos podido trabajar. La experiencia propició varios ejercicios de dibujo posteriores, en donde también se omitieron los borradores. 

El resultado es que hoy estos mismos niños y jóvenes son más conscientes de lo que desean 
realizar y sus respuestas sobre el por qué quitan o no una imagen ha cambiado. Ya no les preocupa si se parece o no a la realidad, o si esta fea o bonita, ahora están mucho más interesados en descubrir nuevos canales expresivos, en generar nuevas propuestas plásticas, y tienen un mayor interés por explorar con otros medios artísticos.

Al reflexionar sobre esta experiencia, uno se da cuenta de que, cuando incluimos en nuestras 
imágenes aquellos trazos o gestos espontáneos que aparentemente nos disgustan o simplemente
deseamos omitir, nos enfrentamos con un panorama de elección mucho más amplio a la hora de 
elaborar un dibujo, no solo desde el punto de vista visual, sino también desde el aspecto emocional. Cuando uno estudia todo el recorrido de la imagen, nos damos cuenta de que no solo se nos revela todo aquello que sobra sino también todo lo que falta, esto nos permite explorar con infinidad de posibilidades y de signifi cados. Al sacar a la luz nuestros propios errores, lo que se busca es la forma de incorporarlos y/o transformarlos en el papel, buscando soluciones que nos permitan integrar tanto las línea o trazos deseados como aquellos que no queremos, esto nos supone tener una práctica más refl exiva sobre nuestro trabajo y nos permite obtener una mayor interiorización de nuestra expresión. Por otro lado nos ayuda a examinar más detenidamente diversos elementos  expresivos como la línea, el trazo o la forma, que pueden ser muy atractivos desde el punto de vista plástico, ya que con ellos podemos experimentar y llevar a cabo múltiples métodos y aplicaciones para incrementar nuestras capacidades perceptivas, imaginativas e intuitivas. 

Pero ¿por qué borramos?  Quizás porque al borrar silenciamos, o tal vez porque es una forma de 
omisión, de olvido que nos permite constantemente desdibujar el pensamiento. El acto de borrar esta marcado por la ausencia, es una forma de sustituir el espacio para desaparecer lo representado. Sin embargo no debemos olvidar que al borrar dejamos siempre un espacio señalado, un rastro que nos delata. Pero quizás también borramos porque negamos, es un recurso común para ocultar nuestras propias huellas, para aniquilarlas o quizás también para remplazarlas, porque  somos víctimas de una sociedad que motiva al reemplazo permanente, al vivir haciendo y deshaciendo. Además borramos porque nos equivocamos, porque hemos cometido una falta que nos impide continuar. A veces es porque somos presas de un error espontáneo, como un  lapsus, cuyo acto involuntario, saca a la luz sin avisarnos, nuestros tesoros más ocultos. Pero posiblemente es porque no sabemos que, mientras más borramos más nos olvidamos de que también somos lo que expresamos.

Por desgracia, es una práctica muy común en nuestra sociedad que cuando una imagen no se 
puede leer tiende a desecharse cuando no se le identifica. Entonces se dice que no sirve, que esta mal hecha, que no se entiende y por lo tanto que no vale. Este tipo de acciones, entre otras cosas, empobrecen nuestras capacidades creativas. Es por ello que no debemos perder de vista que al crear o al dar forma a una imagen, cualquiera que esta sea,  damos existencia a un sin fin de enunciados, a un espacio infi nito de posibles usos e interpretaciones para descubrir y mirar el mundo. 

La cuestión es, porque no tenemos la posibilidad de aprender a experimentar y a conocer nuestras 
propias exigencias, antes de limitar o anular nuestros valores expresivos, y poder así, retratar en 
hechos visibles, nuestras experiencias para que cada quien cree las reglas de su propio lenguaje. 
Resolver un dibujo es también una forma de descifrar el mundo, desde la particularidad de cada 
mirada. Un rastro, una línea o un trazo siempre dice algo de nosotros mismos. Cuando dibujamos 
nos sumergimos en nuestra propia existencia, y sacamos a la luz no solo nuestras emociones o 
nuestros pensamientos, sino también los aciertos y los errores que nos habitan. 

Es por eso que no se trata de anular nuestras capacidades críticas para corregir o borrar lo que 
no queremos, más bien lo que se cuestiona es la manera en que se hace y para qué se hace. Al 
parecer no nos importa quien borre, ni lo que borre, como si el mundo sólo fuese un modelo 
perfecto que domina la práctica de nuestra expresión.

Ana Bonilla Rius
Revista de Arteterapia. 
Papeles de arteterapia y educación artística para la inclusión social
Universidad Complutense Madrid

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